Sidereal

Luiz Braga

Luiz Braga vive y trabaja en Belém, la ciudad brasileña donde nació. Es autor de una producción fotográfica que documenta el paisaje y la vida del Amazonas. Instalada en el territorio fronterizo que existe entre la fotografía documental y la fotografía “abstracta”, su obra transciende las visiones y discursos estereotipados y superficiales, tan frecuentes y difundidos sobre el Amazonas y sus gentes.Braga ha recibido, entre otras distinciones, el Premio Leopold Godowsky Jr. de Fotografía en Color y el Premio Marcantonio Vilaça, y ha sido invitado a participar en eventos internacionales como la LIII Bienal de Venecia o la V Bienal Internacional de Fotografía y Artes Visuales de Lieja, Bélgica.Entre sus exposiciones más recientes destacan Sidereal, una individual en GaleriaLeme, Sao Paulo (2016); Histories of Childhood, Museu de Arte de Sao Paulo (2016); Encruzilhada, Escola de Artes Visuais do Parque Lage, Río de Janeiro (2015); y Pororoca, Museu de Arte Moderna do Rio de Janeiro (2014).

Un proyecto para Atlántica de Luiz Braga. Texto de Guilherme Coelho.

Lo sideral en nosotros

Debió de haber sido en Belém, a orillas del río Guamá, en una exposición en Arte Pará, donde vi por primera vez una foto de Luiz. ¡Mira que suerte!: en Belém, en el segundo piso de la Casa das Onze Janelas —la Casa de las Once Ventanas— asomada a un río que es un mar. Pero en realidad no era el río Guamá, sino la Bahía de Guajará, y un restaurante —el boteco de las Once Ventanas—, uno de los mayores placeres que he vivido. Una noche fresca, pescadito, una historia de amor con una ciudad.

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Una ciudad a la que regresaba años después, y de la mano de un escritor, Milton Hatoum, cuya novela me había dado una película. Fue entonces cuando conocí a Luiz en persona. Era el final de una tarde de crepúsculo amazónico. Había llovido. La luz era tenaz. Anochecía. Una luz que me moría por robar para mi película sobre Los huérfanos de Eldorado de Milton. Conocí a Luiz en su estudio, y juntos miramos algunas de sus fotos en el ordenador. Y hablamos de esa luz del norte brasileño. Y ese norte ya no me abandonaría.

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El de Luiz es un imaginario que siempre existió en nuestro interior y que no sabíamos que estaba ahí. Igual que los grandes relatos y que los grandes narradores que nos inventan —Nelson Rodrigues y sus canallas e ingenuos; Clarice Lispector y nuestras mentes ensimismadas y rumiantes—, Luiz nos enseña cómo miramos el mundo. Y lo miramos con encanto, con grandeza: liviana y profundamente.

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Ante sus fotos me veo exuberante y melancólico, lleno de vacíos. Siento el calor y me siento solo. Y, a menudo, me veo dentro de su encuadre, de su espacio sideral.

Siderales son sus paisajes. Lunares. En infrarrojos. Una estética que me ayudó a soñar el verde de la Amazonia. El desafío del verde. El desafío de ver.

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En la exposición vemos una hamaca vacía. Pero hay también otra hamaca, ésta de 1990, tal vez en Guamá (ahora el barrio). Una hamaca con una chica que nos mira. Una chica haciéndose mujer. Una foto que hoy, para Braga, sería “imposible”: prohibida, impropia. En nuestra película, esa foto, esa chica, se convirtió en la actriz Dira Paes.

Y para ese mismo filme nos inspiramos en otro retrato: el de otra chica, medio tumbada sobre la barra de un bar. ¿También del barrio de Giuamá? Para mí, para nosotros —el equipo de la película—, aquella foto era nuestra Dinaura. Y fue así como construimos un lenguaje a partir de los personajes de Milton Hatoum. Unos personajes atravesados por la mirada de Luiz Braga.

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Recuerdo aquella noche cuando, en su estudio, Luiz nos mostró una imagen de Iara, señora de las aguas, diosa de los ríos en la mitología brasileña. Creo que se trata del brazo de un río, cerca de Bragança, en el estado de Pará. Lo sagrado sideral de una imagen verde, en el corazón del bosque, en los corazones de todos nosotros. Así es la luz de Luiz Braga.

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