
Ecofeminismo en la transición a la sostenibilidad
Transición es cambio, el paso de un modo de ser o estado a otro. En la sociedad occidental hemos realizado ya muchas transiciones. Somos el producto de todas esas variaciones que nos han conducido hasta una encrucijada que opone desarrollo a sostenibilidad de la vida. Es vital para la humanidad (no tanto para el planeta) que nuestra próxima transición reconozca honestamente nuestro estado actual pero, sobre todo, nuestros errores como civilización, para ser capaces de imaginar el nuevo horizonte. A nivel individual es precisa una disposición a reconocer los paradigmas del sistema actual que están también dentro de nosotros y nosotras, y tomar acción para cambiarlos. Como telón de fondo y muy arraigado en nuestra cultura occidental, nuestro principal desacierto es la idea euro-androcéntrica de que somos algo distinto a la naturaleza y, derivado de ello, el falso privilegio que nos da carta blanca para dominarla y explotarla. Esa dicotomía cultura humana/naturaleza es el gran error subyacente bajo la crisis ecosocial (Puig, 2016).
Las mujeres también han sufrido el peso de las dicotomías y comparten el pisoteado escalón de lo natural, lo emocional, lo salvaje, bajo el peso del hombre, la razón, lo civilizado… (Pascual Rodríguez y Herrero López, 2010). Del reconocimiento de ese paralelismo entre la explotación de la naturaleza y la explotación de la mujer surge el ecofeminismo o, mejor dicho, los ecofeminismos1En este texto usamos “ecofeminismos” en plural por considerar la diversidad de ecofeminismos existentes en su totalidad (Puleo, 2011): clásico, culturalistas, esencialistas, espirituales y constructivistas, entre otros. Aunque entre esos grupos hay importantes diferencias, en lo que nos concierne aquí, que es su aplicación práctica, el plural es más acertado ya que sus formas de actuación se asemejan. (o “feminismos territoriales” como se denominan en Latinoamérica, donde quizás no se necesita recordar tanto que son naturaleza). Son una corriente de pensamiento —pero también práctica política y activismo—, compuesto por diversos grupos que comparten la idea de que el sometimiento de la naturaleza y de la mujer han corrido en paralelo en la historia reciente de las sociedades industriales y que la sostenibilidad de la vida pasa por asumir los límites biofísicos, nuestra ecodependencia e interdependencia.
Por otra parte, la transición a la sostenibilidad es otra corriente formada por diversos movimientos ecologistas, como el movimiento de transición, que comparten con los ecofeminismos en esencia las ideas de los límites de los recursos del planeta y la eco e interdependencia. Cabe preguntarse pues, si ambos movimientos dibujan un horizonte común. En caso afirmativo, ¿cómo sería?. Para imaginarlo es preciso preguntarse primero hacia qué transicionar, bajo qué paradigma. ¿Cómo transicionar? ¿Desde dónde transicionamos cada persona? ¿Estamos todas las personas, mujeres, hombres y pueblos al mismo nivel para transicionar?.
Horizontes de transición
Desde el movimiento de transición, sus objetivos confluyen con el ecofeminismo en responder ante la crisis social y ecológica promocionando una cultura de resiliencia comunitaria, cooperación, feminismo, autosuficiencia, solidaridad y democracia, para la creación de alternativas de vida sostenibles que rechacen el sistema convencional de producción y consumo (Cassanet y Red de Transición, 2020).
Desde el punto de vista ecofeminista, Yayo Herrero citando a Ramón Fernández Durán, señala un horizonte de transición hacia sociedades “antipatriarcales, ecologistas, socialistas y alegres” (Herrero et al., 2014, p. 111).
En cualquier caso, la transición debe ser diversa e inclusiva y abarcar los distintos puntos de partida, territorios, situaciones, géneros y cuerpos. No hay pues un único modelo o proceso de transición, pero sí coinciden ecofeminismo y movimiento de transición en que su misión es construir soluciones verdaderas a los desafíos ecosociales y no falsas soluciones tecnológicas (tecnología que precisamente nos ha llevado al punto donde estamos) como una inútil carrera hacia adelante. La naturaleza no funciona como un enorme reloj y, por tanto, la transición no puede plantear soluciones hijas de la lógica mecanicista que ya ha demostrado no servir para explicar lo complejo de la vida, lo muy grande o lo muy pequeño. Deben ser acciones ligadas al territorio y a las personas de cada lugar (escala local) que den un paso atrás, hacia el origen de la situación, a plantearse dónde estamos y cómo hemos llegado hasta aquí, no con las gafas androcéntricas de modernos futuristas a lo Elon Musk, sino con gafas bifocales para miopes que necesitan ver mejor lo cercano, para visionar realmente el futuro lejano.
Otro horizonte común y crucial para ambas perspectivas es recuperar la comunidad. La cultura occidental actual se empeña en ir a favor del individualismo y de una falsa sensación de independencia (posibilitada por una cuasi-total monetización de los servicios y recursos, accesibles desde las finanzas individuales) al margen de los límites naturales del planeta, en contra de la sostenibilidad de la vida, de los vínculos y las relaciones y por tanto, de varias de las características fundamentales que unen al ecofeminismo y los movimientos de transición: el vínculo y dependencia de la naturaleza (ecodependencia), la aceptación de los límites biofísicos por encima del avance tecnológico, las necesarias relaciones entre personas debidas a nuestra vulnerabilidad y a la capacidad de ayuda mutua (interdependencia), el vínculo comunitario y la acción colectiva.
Materializar la transformación
¿Cómo se materializa una corriente de pensamiento, un movimiento social con vocación transformadora? Los ecofeminismos comparten con el movimiento de transición una doble intencionalidad: ser pensamiento y acción, palabra y proceso (de transformación) pero, sobre todo, trabajar en, desde, para y con la comunidad. El movimiento de transición2Nacido en 2005 en Reino Unido, se ha expandido rápidamente. Para mayor información se pueden consultar: https://transitionnetwork.org/ y en https://www.reddetransicion.org/ es una corriente de acción mundial que se caracteriza por lo propositivo, lo positivo, por la acción colectiva local con la mirada puesta en lo global. Su amplia diversidad de proyectos repartidos por todo el mundo3Se puede consultar un mapeo de iniciativas en España en: https://www.reddetransicion.org/donde/ y a nivel mundial en https://municipalitiesintransition.org/about-the-case-studies/case-studies/ y en https://transitiongroups.org/es/ abarcan principalmente temas como la agricultura y la alimentación, la salud, la concienciación ambiental y social, los cuidados, las energías renovables, el trabajo comunitario, la educación o la economía, entre otros (Cassanet y Red de Transición, 2020), en consonancia con los ecofeminismos4Para un listado de proyectos ecofeministas españoles se puede consultar el mapeo realizado por Ecologistas en acción en: https://www.ecologistasenaccion.org/mapas/mapeoecofem/. Al ser proyectos locales, adaptados al territorio y sus gentes, su grado de impacto puede pasar por anecdótico. Esa falsa dicotomía entre actuar a lo grande o desde lo local desprestigia la pequeña escala, cuando ambas son insoslayables (Herrero, 2013). La participación en pequeñas iniciativas —que son en muchos casos ejercicios de política mejor adaptados al territorio que la política de las grandes instituciones— es absolutamente imprescindible para recuperar los valiosos vínculos comunitarios y poner en práctica la interdependencia y los cuidados. La sensación de poder cambiar algo en nuestro entorno, que se facilita cuando se actúa en la pequeña escala, es crucial para la supervivencia de estos movimientos y la valoración de la acción colectiva. Practicar colectivamente la autorreflexión, el debate, el diálogo, el consenso o la renuncia habilita y otorga capacidades para enfrentarnos, llegado el momento, a las grandes escalas. No es una cosa u otra, sino que son complementarias.
Hablar de ecofeminismo desde el movimiento de transición implica buscar muestras de su aplicación práctica. Encontramos pistas de este enfoque en proyectos que ponen la vida y la comunidad en el centro —en lugar de la reproducción del capital— como tantas cooperativas (como la Bristol Energy Cooperative5https://bristolenergy.coop/) y movimientos anti extractivistas. También en la propia organización de las iniciativas que pone atención a los cuidados y la transición y resiliencia interna de sus miembros, aunque la atención a los cuidados es solo representativa de un 50% de las iniciativas (Cassanet y Red de Transición, 2020) con especial atención a las emociones en el grupo (lo que se conoce en la jerga como “guardián de las emociones”). Otras pistas son la adopción de métodos de toma de decisiones por consenso como la sociocracia 3.0, el fomento de la resiliencia y la conciliación familiar, la atención a las celebraciones y los duelos que atraviesa el grupo, el cuidado del colectivo para no saturar al grupo motor y asumir que su relevo es necesario por el desgaste y la vulnerabilidad de los cuerpos y mentes necesitados de cuidados. Esto no quiere decir que todo proyecto de transición sea ecofeminista. Muchos no prestan atención a la falta de equidad o la justicia social, ni tienen tan presente poner la vida en el centro. De hecho, resulta complicado encontrar colectivos de transición que estén dispuestos a identificarse además como ecofeministas, como sí es el caso de Butroi Bizirik6https://butroientransicion.org/ en el País Vasco, que constan tanto en la Red de Transición, como en el mapeo de proyectos ecofeministas de Ecologistas en Acción. Y, por contra, no todos los proyectos ecofeministas son de transición, puesto que es indispensable para este movimiento que se pase a la acción real a escala local (agroecología y creación de huertos, cooperativas de energía, talleres de reparación, grupos de consumo, educación y concienciación, gestión del agua…) lo que en proyectos ecofeministas no siempre se materializa más allá de reuniones, charlas y debates que no transforman el entorno. Muchos proyectos ecofeministas que serían un perfecto ejemplo de transición por cumplir sus características, como el movimiento anti extractivista, ignoran o desconocen dicha etiqueta y la propia Red de Transición y viceversa.
Hay que considerar que las etiquetas y categorías siempre parten de algún lugar, de una visión concreta del mundo que tiene sus límites, sus prejuicios y su punto de vista de partida, no son neutrales. Existe mucho rechazo a las etiquetas, por desconocimiento en muchos casos, por desconfianza en otros, por confusión de significados, por miedo al rechazo de terceros o por considerarlas innecesarias. Este rechazo a autoclasificarse es habitual tanto en el movimiento feminista como en el de transición. Por eso es aún más difícil seguir el rastro ecofeminista en un movimiento en el que, además, la gran mayoría de proyectos no se autodenominan “de transición” ni se recogen en los mapeos. Se precisa un trabajo de leer entre líneas, de etiquetar en base a unos criterios desde fuera, de conocer caso por caso. A veces, por contra, la identificación con el movimiento propio, con el nombre que la persona o el grupo se haya adjudicado, hace igualmente difícil trazar puentes con otras ideologías muy similares, pero con nombres o etiquetas diferentes, aunque en el fondo sean marcos de pensamiento que se retroalimentan, tal y como ocurre con el ecofeminismo y la transición.
La transición ecofeminista
Entonces, ¿es necesaria una transición ecofeminista? ¿Qué aporta la perspectiva ecofeminista a la transición? El mundo occidental es una sociedad basada en el petróleo, que pone el trabajo y la deuda en el centro. Cuando además, las consecuencias de ello las tenemos en la puerta de casa —como en las llamadas zonas de sacrificio de Chile o en otras regiones que sufren el extractivismo—, se vuelven obvias las relaciones entre el deterioro de la biosfera y de las vidas humanas (en especial las de las mujeres). En lugares donde se inicia el bucle extractivismo / preferencia por el trabajo masculino / masculinización del territorio / prostitución / relegación de la mujer al ámbito doméstico / degradación de la tierra el aire, el agua, el suelo / pérdida de labores agrícolas y ganaderas / desaparición de la economía diversificada ejercida por mujeres / minusvaloración del papel de la mujer en la sociedad / contaminación y afecciones a la salud / dependencia de la empresa extractiva / más extractivismo, y vuelta a empezar, se manifiesta claramente la degradación del entorno en paralelo a la degradación del papel de la mujer. En estos casos los feminismos territoriales encarnan plenamente los objetivos de la transición a la sostenibilidad, trascendiendo las etiquetas, para iniciar movimientos de resistencia liderados por mujeres. Allí, incluso más que en sociedades acomodadas europeas, queda patente que la transición justa no se puede dar sin la visión ecofeminista, sin la equidad, sin el reconocimiento del valor de la vida por encima de la acumulación capitalista, sin la atención a los cuidados ya sea en la familia, el trabajo o en el grupo de transición, sin el trabajo colectivo y la igualdad de derechos y oportunidades, todos ellos valores ecofeministas esenciales. Como expresa Herrero: “La cultura del cuidado tendrá que ser rescatada y servir de inspiración central a una sociedad social y ecológicamente sostenible.” (Pascual Rodríguez y Herrero López, 2010, p. 7).
Cassanet, L. y Red de Transición. (2020). El movimiento de Transición en el Estado español. Actualización del mapa de iniciativas locales de Transición (2014-2017).
https://www.reddetransicion.org/mapear-iniciativas-del-movimiento-de-transicion/
Herrero, Y. (2013). Yayo Herrero: Propuestas ecofeministas para transitar a un mundo justo y sostenible.
https://www.youtube.com/watch?v=Eq-jysIgnIs
Herrero, Y., FUHEM y Ecologistas en acción. (2014). Retos del movimiento ecologista ante la crisis global. Revista Andaluza de Antropología, 6 (Los movimientos sociales y la contestación al orden global.), 99–119.
https://doi.org/10.12795/RAA.2014.i06.05
Pascual Rodríguez, M. y Herrero López, Y. (2010). Ecofeminismo, una propuesta para repensar el presente y construir el futuro. Boletín ECOS FUHEM CIP Ecosocial, 10, 1–8.
https://www.fuhem.es/media/ecosocial/file/Boletin%20ECOS/ECOS%20CDV/Boletin_10/ecofeminismo_construir_futuro.pdf
Puig, F. (2016). Usted no se lo cree. 12/10/2016.
https://ustednoselocree.com/2016/10/12/cambio-climatico-y-colapso-civilizatorio-hasta-que-punto-poria-ser-inminente/
Puleo, A. H. (2011). Ecofeminismo para otro mundo posible. Ediciones Cátedra.
Nuria Sánchez León – Biografía
Nuria Sánchez Léon (La Línea de la Concepción, 1980). Ambientóloga y artista, doctora por la Universitat Politècnica de València en Bellas Artes y profesora en la Facultad de Educación de la Universidad de Zaragoza. Imparte también docencia en el título de posgrado Diploma de sostenibilidad, ética ecológica y educación ambiental (UPV-UAM), habiendo colaborado en su puesta en marcha. Es miembro del equipo del I+D Humanidades ecológicas y transiciones ecosociales. Propuestas éticas, estéticas y pedagógicas para el Antropoceno (2020-22). Centra su investigación en los recursos artísticos como potenciadores de la empatía en procesos de transición a la sostenibilidad y de aprendizaje de las ciencias. Su carrera artística se vincula a la sostenibilidad, y especialmente a la pintura y el arte colaborativo. Ha colaborado con la Red de Transición, con el Día Europeo de las Comunidades Sostenibles y ha publicado varios artículos y capítulos en revistas nacionales, congresos y libros como Humanidades ambientales. Arte pensamiento y relatos para el siglo de la gran prueba (Catarata, 2018), Arte transicional para el Capitaloceno (Revista Arte y políticas de identidad, 2019) y es coeditora de la colección EMIG (Educación Multidisciplinar para la Igualdad de Género) de la editorial UPV (2017, 2019 y 2022).